El domingo 31 de enero nos acercamos a la zona de El Escorial (Madrid) e hicimos una ruta circular por el Monte Abantos.
Esta formación montañosa tiene una gran importancia histórica. Su ladera sur fue elegida por el rey Felipe II para construir el Monasterio de El Escorial, obra del siglo XVI, y cuentan que no fue casualidad, ya que Felipe II pudo elegir ese lugar concreto para con el monasterio “sellar” una supuesta puerta al infierno que dicen se encuentra en esta localidad.
Alrededor de este edificio surgió el actual municipio de San Lorenzo de El Escorial, el principal núcleo urbano de su entorno. En su vertiente septentrional, en el paraje de Cuelgamuros, se encuentra otro monumento de interés histórico-artístico, el Valle de los Caídos, del siglo XX.
El 21 de agosto de 1999 su ladera Este sufrió un devastador incendio forestal provocado intencionadamente. Se calcinaron 450 hectáreas de bosque de pino silvestre y resinero, quemándose 170.000 árboles, además de destrozarse los hábitats de muchos animales y aves. Hoy en día crecen los pinos plantados en la repoblación (iniciada en el otoño de 2000), aunque las actuaciones llevadas a cabo por la Consejería de Medio Ambiente para dicha reforestación fueron muy criticadas ya que no se tuvo en cuenta la regeneración natural que ya se estaba produciendo.
Sirva esta reseña histórica para entender mejor lo que visitamos, y con ganas de encontrar algo diferente buceo en internet y cuál es mi sorpresa cuando me encuentro con que resulta ser una zona rodeada de misterio desde tiempos antiguos, pues es un lugar mágico desde hace miles de años. Sí, mágico. ¿Cómo os quedáis? Pues así me quedé yo.
Fue el pueblo pre-romano de los Vetones (conjunto de los pobladores prerromanos de cultura celta) el que lo eligió como lugar para comunicarse con los dioses. Parece ser que el Altar de Canto Gordo o mal llamada Silla de Felipe II, es un altar de sacrificios de origen celta del siglo IV a.C. Es un lugar muy visitado turísticamente, y como tal se han llevado a cabo ciertas reconstrucciones que han quitado encanto a su origen ancestral. Aún así conserva un halo de misterio, por sus árboles, fuentes y rocas que le rodean.
Alicia Canto y de Gregorio (profesora del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid) con sus investigaciones ha llegado a la conclusión que Felipe II jamás se sentó en la silla de Canto Gordo para contemplar cómo iban las obras del Monasterio de El Escorial en el siglo XVI. Sus estudios, desde documentos antiguos (cédulas e instrucciones del propio Felipe II, relatos de Jean de L’Hermite, Fray Josef de Sigüenza o Rubens), hasta los análisis más recientes de Prieto Granda, Bustamente, Sánchez Meco o Cano de Gardoqui, indican que El Rey iba a la Finca de la Herrería a cazar o a pasear, pero cuando quería observar el avance de las obras, subía siempre a Abantos o a San Juan, lo que resulta más lógico ya que ambas alturas están mucho más cercanas al edificio, como se puede observar por el punto de vista elegido para casi todas las láminas antiguas que existen de él.
Será difícil quitarle a este lugar el nombre de Silla de Felipe II pues es una leyenda que perdura desde el siglo XIX, pero gracias a esta profesora cada vez es más conocido su origen celta.
La investigadora cuenta que hay suficientes indicios para afirmar que el monumento es un antiguo altar sagrado en el que los vetones dedicaban ofrendas a su dios Marte. Su forma abarquillada y escalonada es semejante a otras rocas de granito con estructura parecida y que se encuentran próximas, como el Canto de Castejón o el Altar de Ulaca, este último en la provincia de Ávila, teniendo una función sagrada todos ellos y siendo de origen vetón en todos los casos. Los antiguos pobladores veían divinidades sagradas en las enormes piedras graníticas redondeadas con un punto de apoyo en equilibrio inestable, como ocurre con la que hay junto al altar, que según se mire vemos de frente a una divinidad guerrera (Marte), y de lado el perfil de una rapaz (aves mensajeras y mediadoras de los antiguos dioses que anidaban en los riscos de Abantos). Todavía hoy todo el entorno es un bosque de robles, los árboles sagrados de los celtas, que nos produce, junto al paisaje granítico, una sensación fantasmagórica y mágica.
Ahí lo dejamos