Mi querido «pequeño diario montañero»:
El pasado sábado fue día señalado para realizar una de las rutas más bonitas de la sierra de Guadarrama. Una vez más la chiquillería es la protagonista junto con sus mayores y visto los asistentes tenemos que adaptarnos a las características del grupo.
El punto de encuentro se haya a unos 50 kilómetros de Madrid. Es ni más ni menos que en las Dehesas de Cercedilla. Un lugar donde los romanos dejaron buena huella. En la zona recreativa se encuentra la Calzada Romana de la Fuenfría, uno de los atractivos turísticos de esta zona. Y no es que lo diga yo, lo dice Wikipedia, ya sabéis, ella que todo lo sabe, ¿verdad?.
Nuestra intención era llegar a La Pinareja, lo que sería, simbólicamente hablando, la cabeza de la Mujer Muerta. Para ello tomaríamos el Camino Viejo y a unos cientos de metros nos desviaríamos para seguir por la Vereda de los Infantes cuyo recorrido desemboca en el mismísimo Collado de Marichiva. Para ello quedamos en el aparcamiento de las Dehesas a las 9:30 h.
Pero claro, cuando vas con niños, el tiempo transcurre de otra manera. Esta vez, nos acompañan chavales muy pequeñines, Ignacio, de seis años, y sus hermanas gemelas Elvira y Carmen, de cuatro añitos. Desde que bajamos de los coches, nos reunimos todos para el recuento, nos entran ganas de hacer pipí y beber agua, pasamos a Casa Cirilo, huele a café con churros y chocolate a la taza,….. casi las once de la mañana cuando nos damos cuenta y estamos terminando un inevitable desayuno de churros con azúcar, cola caos, cafetitos y demás, que hicieron las delicias de los peques y de más de un adulto. Ahora entendéis que el concepto «tiempo» para ellos pueda ser muy diferente al nuestro ¿verdad?.
Bien, es hora de ponerse en marcha porque a este paso damos un vuelta alrededor del coche y nos volvemos para Madrid. Vista la hora y la edad de los más pequeños improvisamos nuevo recorrido. Igualmente tomamos el Camino Viejo que transcurre a media ladera del valle de Cercedilla. Precioso recorrido cuyo final termina en el Puerto de la Fuenfría. Siempre protegidos por el tupido bosque de pino silvestre.
El comienzo es lento. Yo quiero un palo, dice uno. Ahhh pues yo también y más grande, dice otro, y así todo el camino. En una de estas aparece Ignacio con un pedazo de Boletus Adulis que me deja perpleja.
– ¿Pero de donde has cogido esto?, le pregunto sorprendida.
– Pues de ahí, me contesta el peque señalando el suelo bajo las copas de los árboles.
– ¡Pero si esto lo llevo buscando yo toda mi vida!, le digo.
Y claro, se emociona por el logro conseguido. Con este pequeño detalle tuvimos la excusa perfecta para buscar más Boletus entre todos.
Fue un día lleno de aventuras, porque el camino estaba lleno de puntos mágicos que nos abrían las puertas del sendero para poder seguir avanzando por el camino. Los pequeños no dejaron que se nos pasara ni uno y así, cuando nos quisimos dar cuenta estábamos en las puertas de la Fuenfría.
Antes de la subida final establecimos el campo base y nos dimos un buen homenaje. Esos tradicionales bocatas de filetes de pollo que preparo en todas las rutas, un clásico ya a estas alturas, fruta, frutos secos, y por supuesto muuuucho chocolate. No he visto niños que les guste tanto el chocolate como estos. A sus padres también, no nos engañemos … Y así transcurrieron dos horas y media desde que nos pusimos a caminar estos 4,5 kilómetros.
Importante, todo el recorrido lo hicieron caminando y con la sonrisa en la boca permanentemente. Esto, en niños tan pequeños es todo un triunfo para ellos y un éxito para nosotros, que tuvimos la suerte de compartir con ellos su alegría.
La vuelta la íbamos a realizar por la Calzada Romana pero demasiada piedra para los más chiquitines. Así es que volvimos por el mismo camino y nuevamente las puertas mágicas recuperaron su protagonismo. En dos horas estábamos celebrándolo en Casa Cirilo después de haber recorrido 9 kilómetros aproximadamente.
Mi más sincera felicitación y admiración por estos pequeños gigantes que no sólo no protestaron sino que se lo pasaron y nos lo hicieron pasar requetebién.
Otra vez objetivo cumplido: que los más pequeños disfruten y sientan la naturaleza, casi casi tanto como hicimos los mayores.
«Podremos salir al monte, podremos echar a andar, pero si es en buena compañía, lo disfrutaremos más».
Hasta la próxima pequeñuelos.
Me encanta que los más peques disfruten de sus momentos. Me gusta verles reír, gesticular, hablar a su manera. Ha sido una ruta preciosa y estos, los más pequeños, han conseguido contagiarme su felicidad. Aupa, a por la siguiente. Que no pare esto.
¡¡Gracias!!